La presente pretende ser una bitácora donde publicaré periódicamente artículos jurídicos relacionados a temas de interés general, o que estimo puedan servir de reflexión para los lectores.

jueves, 12 de julio de 2012

¿CONTROLAR O DESREGULAR?

El presente artículo se basa en una entrada muy interesante del blog de mi profesor de Seminario de Integración de Derecho Tributario, Luis Durán Rojo, en la que posteó un interesante artículo de Paul Krugman (Premio Nobel de Economía del año 2008 y profesor de Economía de Princeton) sobre la coyuntura económica actual que transcribo a continuación, publicado en el Diario El País, el 25 de mayo de 2012.

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Por: Paul Krugman

Tras una devastadora crisis financiera, el presidente Obama ha aprobado algunas normas comedidas y evidentemente necesarias, ha propuesto terminar con unas cuantas lagunas legales escandalosas y ha indicado que el historial de Mitt Romney de comprar y vender empresas, y a menudo despedir a los trabajadores y destruir de paso sus pensiones, hace que no sea el hombre adecuado para dirigir la economía de Estados Unidos.
Wall Street ha respondido —previsiblemente, me imagino— con lloriqueos y pataletas. Y en cierto sentido ha sido divertido ver lo infantiles y susceptibles que resultan ser los amos del universo. ¿Se acuerdan de cuando Stephen Schwarzman, de Blackstone Group, comparó una propuesta para limitar las reducciones de impuestos con la invasión de Polonia por Hitler? ¿Se acuerdan de cuando Jamie Dimoon, de JPMorgan Chase, calificó cualquier debate sobre la desigualdad en los ingresos de ataque contra la mismísima noción de éxito?
Pero el problema es el siguiente: aunque los directivos de Wall Street sean críos mimados, son críos mimados con un poder y una riqueza inmensos a su disposición. Y lo que están intentando hacer con ese poder y esa riqueza ahora mismo es comprarse no solo políticas que redunden en su beneficio, sino inmunidad ante las críticas.
De hecho, antes de entrar en eso, permítanme dedicar un momento a desacreditar un cuento de hadas que hemos estado escuchando hasta la saciedad en boca de Wall Street y sus leales defensores; un cuento en el que el increíble daño que las finanzas descontroladas infligieron a la economía de EE UU se pierde en las tinieblas de la memoria y, en lugar de eso, los financieros se convierten en los héroes que salvaron Estados Unidos. Las mejoras de productividad de las tres últimas décadas apenas han llegado a los trabajadores.
Érase una vez, nos dice este cuento de hadas, una tierra de directivos perezosos y trabajadores vagos llamada Estados Unidos. La productividad languidecía y la industria estadounidense se eclipsaba ante la competencia extranjera. Entonces, unos reyes de las adquisiciones, duros y de mandíbula cuadrada como Mitt Romney y el ficticio Gordon Gekko, acudieron al rescate e impusieron la disciplina financiera y laboral. Claro está que a algunas personas no les gustó, y claro está que ellos ganaron mucho dinero por el camino. Pero la consecuencia fue una gran reactivación económica que redundó en beneficio de todos.
Se puede entender la razón por la que a Wall Street le gusta esta historia. Pero no hay en ella un ápice de verdad, excepto la parte en la que los Gekko y los Romney ganan montones de dinero.
Porque el supuesto repunte de la productividad nunca llegó a producirse realmente. De hecho, en Estados Unidos, la productividad empresarial en general creció más deprisa en tiempos de la generación de la posguerra —una época en la que los bancos estaban estrictamente regulados y el capital riesgo apenas existía— de lo que lo ha hecho desde que nuestro sistema político decidió que la codicia era buena. ¿Y qué hay de la competencia internacional? Ahora pensamos en Estados Unidos como un país condenado a unos déficits comerciales perpetuos, pero no siempre ha sido así. Desde los años cincuenta hasta los setenta tuvimos por regla general una balanza comercial más o menos equilibrada y exportábamos casi tanto como importábamos. Los grandes déficits comerciales no empezaron hasta la época de Reagan, es decir, durante el periodo de las finanzas descontroladas.
¿Y qué pasa con esa riqueza que se filtra desde las capas más altas hasta las más bajas? Nunca se filtró. Ha habido unas mejoras significativas de la productividad en estas tres últimas décadas, aunque no de la magnitud que la interesada leyenda de Wall Street querría hacernos creer. Sin embargo, solo una pequeña parte de esas mejoras ha llegado hasta los trabajadores estadounidenses.
Los banqueros han sido rescatados, pero el resto del país sigue sufriendo, de modo que no, los trapicheos financieros no obraron maravillas en la economía estadounidense y hay dudas justificadas sobre por qué, exactamente, quienes trapicheaban han ganado tanto dinero obteniendo unos resultados tan cuestionables.
Estas son, sin embargo, preguntas que los responsables de los trapicheos no quieren que se formulen, y creo que no solo porque quieran defender sus exenciones tributarias y otros privilegios. También hay algo de amor propio. La riqueza inmensa no es suficiente; también quieren deferencia y están haciendo lo que pueden para comprarla. Ha sido sorprendente leer cómo los otrora demócratas de Wall Street han apoyado unánimemente a Mitt Romney, no porque crean que tiene buenas ideas políticas, sino porque se toman las leves críticas del presidente Obama a los excesos financieros como un insulto personal.
Y ha sido especialmente triste ver a algunos políticos demócratas vinculados a Wall Street, como el alcalde de Newark, Cory Booker, acudir diligentemente en defensa de los sorprendentemente frágiles egos de sus amigos.
Como he dicho al principio, en cierto modo el egocéntrico y ególatra comportamiento de Wall Street ha tenido su gracia. Pero aunque este comportamiento pueda resultar gracioso, también es profundamente inmoral.
Piensen en dónde estamos ahora mismo, en el quinto año de una depresión provocada por unos banqueros irresponsables. Los banqueros han sido rescatados, pero el resto del país sigue sufriendo terriblemente, con un paro de larga duración que todavía está a unos niveles que no se habían visto desde la Gran Depresión, con toda una generación de jóvenes estadounidenses licenciándose para entrar en un mercado laboral desastroso.
Y en medio de esta pesadilla nacional hay demasiados miembros de la élite económica que parecen preocupados sobre todo por la forma en que el presidente ha herido sus sentimientos. Eso no tiene gracia. Es una vergüenza.
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Efectivamente, es una vergüenza semejante pataleta. Sin embargo, no es más que una consecuencia del hecho que hayamos convertido de la avaricia, la envidia y la vanidad en virtudes (anteriormente concebidos como vicios o “Pecados Capitales”). El mayor culpable de esta transvaloración de los valores: Adam Smith, quien siguiendo una publicación de 1705 de Bernard Mandeville, titulada “Fábula de las Abejas”, cuyo subtítulo habla por sí mismo: “vicios privados, virtudes públicas”. Así, Smith en su obra “La riqueza de las naciones” e intitulada “Teoría de los sentimientos morales”, propone lo que, siguiendo a Hegel llamaríamos “el deseo del deseo del otro”. De esta manera, formuló su teoría de la “mano invisible”, según la cual “sin ninguna intervención de la ley, los intereses privados y las pasiones de los hombres los llevan a dividir y a repartir el capital… en la proporción que se acerca lo más próximo posible a aquella que demanda el interés general”.
Posteriormente, en 1904, un ingenuo Max Weber, en su obra clásica “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” postulaba que el capitalismo no se caracteriza por la avaricia, o el deseo de dinero, que si tal fuera el caso, éste se habría desarrollado en el Medio Oriente con los fenicios o en la rica Venecia del comercio de especias. Sin embargo, la revolución financiera muestra la fragilidad de esta visión weberiana del capitalismo. Uno de los rasgos que caracterizan el nuevo espíritu del capitalismo que emerge en los años 80 es el alza extravagante de las desigualdades.
Los datos de Thomas Pikketty y Emmanuel Saez muestran que, en Estados Unidos, el 1% más rico de la población recuperó el peso que tenía en el siglo XX, en la época dorada de los rentistas: ganaban más del 16% de la renta nacional, frente al 7% después de la guerra. Es el reinado del dinero loco (“l’argent fou” o “Mad Money”). El Financial Times cita un estudio que calculó las remuneraciones de los dirigentes de los más grandes establecimientos financieros, durante los 3 años que precedieron la crisis, éstos habían acumulado cerca de 100 millardas de ingresos contra 4000 millardas de pérdidas dejadas a la comunidad: es el efecto apalancamiento “a la inversa” (COHEN, Daniel. La Prospérité du vice. Une introduction (inquiète) à l’économie. Paris: Albin Michel, 2009. Pp. 278-279).
Así, el debate entre John Maynard Keynes y Milton Friedman no se reduce a la cuestión de saber si hace falta salvar a los bancos o relanzar el consumo, ya que en plena crisis, está claro que hace falta llevar a cabo ambos. El verdadero debate trata sobre la naturaleza de las economías de mercado. Friedman está convencido que una economía de mercado puede estabilizarse totalmente sola dejándola hacer (“laisser faire”), proponiendo más bien que las acciones de los gobiernos son un factor de inestabilidad.
Keynes, por su parte, piensa lo contrario. Uno de sus comentadores, Axel Leijonhuvfud, ha resumido esta oposición a partir de una metáfora llamada del “corredor”: las fuerzas restaurativas de una economía hacia el equilibrio del pleno empleo pueden funcionar en el sentido deseado, pero solamente al interior de un corredor de confianza. La crisis de las subprimes ha hecho recordar a quienes querían olvidar el valor del razonamiento keynesiano. Sin la intervención determinada de las autoridades, las cuales cuentan sin embargo en su pasivo la caída de Lehman, esta crisis hubiera seguido, paso a paso, a aquella de 1929. El espejismo de un mundo dejado únicamente a las fuerzas de cada uno debe ser olvidado. 25 años después de la revolución financiera, el capitalismo debe sanar sus heridas y repensar sus criterios. La lección de Keynes se vuelve audible y el rol del Estado encuentra el brillo perdido (COHEN. Pp. 284-285).
Por su parte, el ganador del Premio Nobel, Joseph Stiglitz, ya criticaba severamente a la desreglamentación de los mercados en 2003 en su libro “The roaring nineties”, poniendo de ejemplo a Chile, que 20 años después continuaba pagando la factura de la crisis de comienzos de 1980, y a Méjico, cuyo sistema bancario no se recuperaba totalmente del hundimiento que había sufrido 10 años antes. Pero especialmente, criticaba (y pronosticaba) que los errores de la Federal Reserve podían entrar en interacción con las medidas de desreglamentación y las reformas fiscales podían crear e inflar una burbuja que terminaría por explotar. Probando su tesis con el hecho que la conjunción de la desreglamentación de las cajas de ahorro por el presidente Reagan y los efectos devastadores sobre los bancos del alza sin precedentes de la tasa de interés decidida por la Federal Reserve crearon una burbuja del mercado inmobiliario cuya explosión costó a los contribuyentes americanos más de 100 millardas de dólares y condujo a la recesión de los años 1990-1991 (STIGLITZ, Joseph E. Quand le capitalisme perd la tête. Paris: Fayard, 2003).
Así, con la crisis de las subprimes en el 2008, se comprobó la profecía de Stiglitz, quien no dudó en criticar dicha imperdonable negligencia en su libro Freefall, publicado en 2010. En donde, en pocas palabras propone que cuando los mercados son dejados solos, apoyándose en el interés propio de los participantes del mercado, ellos no aportan una eficiencia óptima ni garantizan la prosperidad (STIGLITZ, Joseph E. Caída libre. El libre mercado y el hundimiento de la economía mundial. Taurus: Buenos Aires, 2010.)
Stiglitz considera que los mercados se encuentran en el corazón de todas las economías exitosas, pero que los mercados no funcionan bien por sí mismos. En este sentido, se alinea a la tradición de Keynes. Según él, el gobierno debe desempeñar un papel, y no sólo en el rescate de la economía cuando los mercados fallan y en regulación de los mercados para prevenir los tipos de fallas que acabamos de vivir. Las economías necesitan un equilibrio entre el papel de los mercados y el papel del gobierno - con importantes contribuciones por parte de instituciones ajenas al mercado y no gubernamentales. En los últimos 25 años, Estados Unidos perdió el equilibrio, y empujó su perspectiva desequilibrada en países de todo el mundo.

La crisis actual ha puesto al descubierto fallas fundamentales del sistema capitalista, o al menos de la peculiar versión del capitalismo que surgió en la última parte del siglo XX en los EE.UU. (a veces llamado capitalismo al estilo norteamericano). No es sólo una cuestión de individuos defectuosos o errores específicos, ni tampoco es un asunto de la fijación de algunos problemas menores o de ajustar algunas políticas. Los números reforzaron el auto-engaño americano. Después de todo, nuestra economía estaba creciendo mucho más rápido que casi todo el mundo, con excepción de China, y teniendo en cuenta los problemas que pensamos que se había visto en el sistema bancario chino, era sólo cuestión de tiempo antes de que el sistema financiero americano también se derrumbase.

De esta manera, Stiglitz haya en los bancos y en el consumismo exacerbado, las principales causas de la crisis, postulando que la adaptación de las sociedades americana y británica a la nueva realidad, puede requerir una disminución de un 10% del consumo. Para él, la Gran Recesión de 2008 era una consecuencia inevitable de unas políticas que habían sido aplicadas a lo largo de los años precedentes, las cuales evidentemente habían sido conformadas por intereses particulares. En la larga lista de los responsables de la crisis incluye a los economistas, que proporcionaron a los grupos de interés argumentos sobre los mercados eficientes y autorreguladores. Y recuerda que en el Foro Económico Mundial de Davos de 2007, él había predicho problemas inminentes, cada vez más enérgicamente, durante las reuniones anuales precedentes, sin embargo, la expansión económica mundial proseguía vertiginosamente y la tasa de crecimiento mundial del 7% no tenía precedentes, ante lo cual él explicó al público que cuando la crisis golpeara, sería más dura y más prolongada que en otras circunstancias (STIGLITZ. Caída libre. Pp. 21-23).

Es por esto, que el psicólogo inglés Clive R. Boddy, propone una singular tesis en el muy serio Journal of Ethics: “The Corporate Psychopaths Theory of the Global Financial Crisis” ("La Teoría de los Psicópatas Corporativos de la Crisis Financiera Global"). Es sabido que a diferencia de los sociópatas, los psicópatas pueden pasar desapercibidos. Existen sociópatas indetectados que pueden alcanzar el éxito social, entre los cuales se encuentran los “corporate psycopaths” o psicópatas de la empresa. Así, en tanto el psicópata es un egocéntrico sin escrúpulos, no busca otra cosa que el poder, el dinero, el prestigio, las empresas modernas ofrecen un nicho ecológico perfecto, ejemplo seguro: Lehman Brothers. Si a esto le añadimos la manera cómo las personas son empleadas, es comprensible que los psicópatas accedan a puestos de responsabilidad. Ciertos estudios realizados en Australia, EE.UU. y Gran Bretaña, muestran que se encuentran más psicópatas en puestos altos de grandes empresas que en la población en general (4% contra 1%). Según Clive Boody, “son los psicópatas de empresa aquellos, cuyo afán por las ganancias y la avaricia han provocado la crisis, los que hoy día dan consejos a los gobiernos sobre la manera de cómo salir de ella”. La moraleja es tan simple como la tradición humana: da el poder a un hombre sin prever un contrapoder eficaz y lo transformarás en déspota. Desde este punto de vista, en economía más que en otras áreas, nos falta mucho por hacer.

martes, 10 de julio de 2012

GLOBALIZACION, ASIMILACION, IMPLOSIONES ETNICAS Y DIVERSIDAD CULTURAL


Se vienen produciendo desde hace mucho tiempo conflictos entre los fenómenos de las globalizaciones y las culturas nacionales. Ante todo, conviene precisar algunos conceptos: lo que se entiende por identidad nacional y las acepciones que se pueden dar al término globalización. Según el profesor Mahfoud Galloul[1], la globalización tendría tres dimensiones:

En primer lugar, podemos decir que la globalización es la forma tomada por el capitalismo histórico en el sentido de Immanuel Wallerstein o de Fernand Braudel, un proceso que se aceleró desde 1945, que designa a la vez la extensión de los espacios mercantiles y productivos de las economías europeas, americanas y ahora sud asiáticas sobre el resto del mundo y en particular sobre los territorios, industrializados o débilmente industrializados, que pueden devenir en mercados emergentes. Esta extensión del mercado "globalizado" es también la invención de nuevas formas de organización, de nuevas técnicas, de nuevas recomposiciones sociales y culturales que no tienen la misma forma, el mismo ritmo y las mismas modalidades de despliegue.

La segunda definición de esta globalización, consiste en la desreglamentación económica mundial originada con las políticas del Bretton Woods y de la Organización Mundial del Comercio (OMC), pero también estructuras regionales de libre comercio de América y de Europa desde hace un cuarto de siglo. Ésta estructura la integración del conjunto de Estados en una lógica de intercambios comerciales y financieros que son totalmente liberalizados y que tienen incidencias sobre la gestión política interna de los Estados y, en consecuencia, sobre la dinámica económica y social de cada uno de ellos. Esto provoca nuevas relaciones de competición y de hegemonía entre las empresas de dimensión internacional, en función a las relaciones de productividad, de atractivo capitalista o de proximidad de los mercados que cada Estado o territorio representa.

La tercera dimensión de la globalización es la producción de modelos sociales y de un marco cultural universalizado, es decir, de una ideología tecno-científica de la cultura, y al mismo tiempo de la promoción de un modo de vida relativamente estandarizado alrededor de los usos y las formas de organización social que dominan las sociedades post-industriales del hemisferio norte y de las imágenes que ellas transfieren.

Además de estas tres dimensiones de globalización, otros autores infieren infinidad de campos influenciados por la globalización, como por ejemplo: la globalización de las percepciones, la globalización del gobierno, la globalización medioambiental, la globalización de la cultura, la globalización de la tecnología vinculada al conocimiento, la globalización de los mercados -incluyendo el laboral- y las estrategias o la globalización de las finanzas[2].

Por su parte, el concepto de nación es profundamente desarrollado por Benedict Anderson, quien hace una adaptación de la frase de Hugh Seton-Watson[3]: “Todo lo que tengo que decir, es que una nación existe cuando un número significativo de miembros de una comunidad consideran que forman una nación, o se conducen como si formaran una”; reemplazando únicamente “consideran” por “imaginan”. De esta manera, propone una nueva definición del concepto de “Nacionalismo”: “una comunidad política imaginaria, e imaginada como intrínsecamente limitada y soberana”; acuñando de esta manera el término "imaginarios nacionales", así como el concepto más general de "comunidades imaginadas".

Por su parte, Luis Arista en un análisis de la obra “El humanismo Americano”, del filósofo peruano Edgar Montiel, señala que una consecuencia de la globalización, es que está produciendo una re-definición de lo que se entiende por soberanía nacional, que hasta hace poco sólo tenía que ver con la territorialidad y la seguridad nacionales pues “cuando se alteran los valores culturales legitimados por consenso se está atentando contra la soberanía”.

Conviene recordar que, en un primer momento en la vida de cada Estado nación latinoamericano, se presenta un "colonialismo interno", concepto que emula la relación colonial entre la metrópoli y sus colonias, pero en este caso el proceso se da entre el centro y la periferia dentro de un Estado. En el "colonialismo interno", un solo grupo étnico dominante impone su modelo cultural, controlando el proceso de creación de una nueva cultura nacional sincrética, y explota económicamente las regiones periféricas cuyas poblaciones son étnicamente distintas[4].

Por otra parte, es pertinente recordar también, que la globalización que estamos presenciando no es la primera que se ha dado a lo largo de la historia, según el profesor René Sandretto[5] se habrían dado cinco principales globalizaciones o mundializaciones. La primera entre 7000 y 3000 a.C., llamada la Paleontología de la Globalización, donde se establecieron las primeras relaciones comerciales. La segunda, a partir del 3000 a.C. hasta nuestra era, durante la cual emergieron las primeras formaciones imperiales. La tercera entre los siglos XV y XVI, debida a los grandes descubrimientos y subsecuentes colonialismos a nivel mundial. Luego de un periodo de contracción entre los siglos XVII y XVIII durante la era mercantilista, se dio paso a la Primera Gran Globalización, aproximadamente entre 1860 (inicio de la Revolución Industrial) y 1914 (comienzo de la Primera Guerra Mundial).

Posteriormente se dio un nuevo periodo de contracción de la globalización, hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando comienza propiamente la Segunda Gran Globalización, como la conocemos hoy en día. Sin embargo, si bien la actual globalización posee ciertos rasgos originales, posee más bien muchos elementos coincidentes con la anterior (1860-1914), como los grandes flujos de inmigración, de inversión de capital extranjero (sobre las producciones nacionales brutas), de exportaciones (sobre el PNB mundial), una explosión de las firmas transnacionales (cuyo mal manejo habría sido uno de los factores desencadenantes de la Primera Guerra Mundial), una baja notable en los costos de transporte y una  intensificación de los intercambios comerciales, sin olvidar que, a partir de 1846, fue Inglaterra quien impulsó los Acuerdos o Tratados de Libre Comercio bilaterales con la supresión de los Corn Laws.

La gran contracción causada por ambas Guerras Mundiales, es fácilmente explicable si se tiene en cuenta la vieja tesis de Lenin[6], que postula que la globalización es un factor que puede desencadenar la guerra. Así, la guerra es entendida como un medio para poner fin las disputas por la influencia, dominio o dominación territorial mundial entre las grandes potencias. Por tanto, no es posible afirmar ilusamente, como lo hicieran en su momento Norman Angell (en 1910)[7] o Jean Jaures (en 1911)[8], que las relaciones de interdependencia y solidaridad económicas garantizan la paz, quizá la mayor lección dejada por la Primera Guerra Mundial.

Resulta asimismo, oportuno recordar la tesis de Samuel Huntington: “A medida que el mundo sale de su fase occidental, las ideologías que simbolizaron la civilización occidental tardía declinan y su lugar es ocupado por las religiones y otras formas de identidad basadas en la cultura. La separación westfaliana de religión y política internacional, producto idiosincrásico de la civilización occidental, está tocando a su fin, y como indica Mortimer, ‘cada vez es más probable que’ la religión ‘se entrometa en los asuntos internacionales’. El choque intracivilizatorio de las ideas políticas generadas por Occidente, está siendo sustituido por un choque de cultura y religión entre diversas civilizaciones[9].

Como es perceptible, el principal problema de las interacciones globales hoy en día es el de la tensión entre homogenización y heterogenización culturales. Bajo el argumento de la “homogenización” se podría sostener una amplia gama de hechos empíricos del campo de estudio de los medios de comunicación. Generalmente, este argumento se subdivide, sea en una controversia sobre la omnipresencia de la mercancía, sea sobre la controversia de la "americanización", teniendo en cuenta que ambos debates se encuentran estrechamente ligados. Sin embargo, lo que aun resta considerar, es que a medida que las fuerzas impulsadas o expedidas por diversas metrópolis están aterrizando en nuevas empresas, tienden rápidamente a "indigenisarse", o adaptarse a éstas últimas, de una manera u otra, como por ejemplo en la música, los estilos de arquitectura, la ciencia, el terrorismo, los espectáculos o las constituciones nacionales[10].

Appadurai, acuña, entre otros (como "technoscape" o "financescape"), los términos "ethnoscape", "mediascape" e "ideoscape", el primero es usado para desvirtuar la idea de que las identidades de grupo son (como las nacionales) implican erróneamente ver a las culturas como formas limitadas en un espacio o territorio, históricamente inconscientes de ellas mismas u homogéneas en lo ético. Mientras que el segundo de éstos términos, el "mediascape" es utilizado para denominar el conjunto de medios electrónicos de producción y diseminación de la información, manipuladas por un número creciente de intereses públicos y privados a través del mundo. Por su parte, los "ideoscapes" son aquellos compuestos de las concatenaciones de imágenes usualmente políticas y en relación con las ideologías de los Estados y las contra-ideologías de movimientos explícitamente orientados hacia la toma de poder del Estado o de alguno de sus componentes. Pero lo más importantes es que la relación entre los factores expuestos es profundamente disyuntiva e imprevisible, porque cada uno de ellos tiene sus propios obstáculos y estimulantes, al mismo tiempo que cada uno comporta una barrera y un parámetro de los movimientos propios de los otros[11].

En consecuencia, en la actualidad se producen muchos conflictos producto de la resistencia a la mencionada "homogenización", cuyas causas o factores acabo de explicar. Un tipo clásico de estos conflictos son las "implosiones étnicas", las cuales muchas veces suelen derivar en "violencia étnica", las cuales a su vez producen una cascada o concatenación de acontecimientos, que dependen a su vez de la interpretación que a éstos les atribuyen los "ideoscapes" o los "mediascapes"[12].

Otra perspectiva muy interesante es la plateada por algunos autores canadienses respecto a la reconciliación de pueblos con su destino, en el sentido de aceptar o de resignarse a un cierto estado de cosas que no son bienvenidas pero bajo su control[13]. Así, se plantean dos tendencias: en primer lugar tenemos la "reconciliación como resignación", vale decir, un proceso asimétrico donde uno adopta una actitud de aceptación de las circunstancias que no dan luces de un posible cambio. Generalmente, puede sugerir que uno se ha rendido y ha optado por no seguir luchando, en otras palabras, la moralidad de la reconciliación como resignación depende de las circunstancias.

El anterior sería el caso de los indígenas Seminolas, en Estados Unidos, por ejemplo, teniendo en cuenta que el 10 de mayo de 1842, cuando un frustrado presidente John Tyler ordenó el cierre de las acciones militares contra los Seminolas, más de US$ 20 millones habían sido gastados, 1,500 soldados estadounidenses murieron y aún no había Tratado de Paz formal había sido firmado; o considerando que el siglo pasado debieron hacer frente a procesos legales por los juegos de azar, que finalmente ganaron, y que llegaron a un acuerdo sobre la demanda de reivindicación de tierra que habían presentado en 1947. En cambio la "reconciliación como consistencia" puede ser simétrica o asimétrica y puede implicar un proceso técnico de integración de dos partes o puede comportar un juicio moral (“reflective equilibrium” en palabras de Rawls), es decir, una reconciliación entre las opiniones y compromisos específicos y los principios morales abstractos que presuponen, de forma que juntos representen un cuerpo moral coherente (siguiendo a Dworkin). Éste objetivo sería, por ejemplo, el que pretenden lograr la Corte Constitucional de Colombia, y quizá también la Corte Suprema de Canadá.

Por su parte, Yrigoyen apunta que "[s]egún Marzal hay 3 políticas seguidas por los estados: 1) el indigenismo colonial cuyo proyecto político es segregar y «conservar» a las sociedades y culturas indígenas como tales bajo el control (defensa-explotación) de la sociedad dominante; 2) el indigenismo republicano cuyo proyecto político es «asimilar» a los indígenas a la sociedad nacional para formar una nación mestiza; y 3) el indigenismo moderno, de mediados del siglo XX, que tiene como proyecto político integrar a los indígenas a la sociedad nacional pero conservando ciertas peculiaridades culturales propias."

Adicionalmente, Yrigoyen añade dos modelos al esquema de Marzal para el caso de los pueblos o naciones indígenas colonizados, uno al inicio y otro al final, distinguiendo así cinco modelos o políticas: (1) el proyecto de ocupación y sometimiento; (2) el proyecto de subordinación política y segregación colonial; (3) el proyecto asimilacionista; (4) el proyecto integracionista; y, (5) el horizonte pluralista[14].

Respecto a las mencionadas implosiones étnicas, me gustaría mencionar el conflicto suscitado en Siria (precedido por el fenómeno conocido como “La Primavera Árabe”), o mejor dicho provocado por lobbies propiciados por influencia rusa y americana. A Rusia le interesa terminar su proyecto North Stream, que conecta directamente Alemania con Rusia pasando por el Mar Báltico, pero sobre todo su proyecto South Stream, que empieza en Rusia atravesando el Mar Negro hasta Bulgaria, donde se divide, para pasar por Grecia e Italia, por un lado, y por Hungría y Austria, por el otro. A Estado Unidos solo le importa completar de una vez su proyecto su proyecto Nabucco, que parte de parte de Asia Central y de los alrededores del Mar Negro, pasando por Turquía, Bulgaria, Rumania, Hungría, Austria, República Checa, Croacia, Eslovenia e Italia.

Por otra parte, para poder comprender la causa del proyecto nuclear iraní, resulta fundamental el hecho que Estados Unidos pretendiera incorporar el gas de Irán a su proyecto, conectándolo al punto de almacenamiento de gas en Erzurum, en Turquía. Esto tiene que ver, a su vez, con el gas proveniente del Mediterráneo oriental, es decir, con Siria, Líbano e Israel. Es más, según el Washington Institute for Near East Policy (WINEP), en la cuenca del mediterráneo se encuentran las mayores reservas de gas del mundo y es precisamente en Siria donde se hallan las más importantes. Esto último resulta de vital importancia para explicar el presente conflicto si además tenemos en cuenta que Irán firmó varios acuerdos para transportar su gas a través de Irak y Siria, en julio de 2011. De esta manera, Siria se convierte así en el principal centro de almacenamiento y producción de gas, vinculado incluso con las reservas del Líbano. En consecuencia, se incorpora un nuevo espacio geoestratégico y energético que abarca Siria, Irán, Irak y Líbano[15]. Así, se puede demostrar, una vez más que: “El conflicto, en verdad, es político. El vocabulario y las imágenes, religiosas[16].

Finalmente, existen muchísimos otros casos de conflictos nacionales o locales causados por la influencia de la globalización, como “La Primavera Política” en Myanmar; el movimiento Muttaheda Qaumi Movement (MQM) en Karachi, Pakistán; los Tamouls en Sri Lanka; los chechenos en Rusia (conflicto estrechamente vinculando con el anteriormente explicado, vinculado a la nueva era del gas o guerra fría del gas); el movimiento Euskadi Ta Askatasuna en País Vasco, España; el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en el Estado de Chiapas, México; e infinidad de conflictos con pueblos indígenas como protagonistas a lo largo de toda América Latina, como en San Miguel Ixtahuacán y Juan Sacatepéquez en Guatemala, en el pueblo Miskito en Honduras y Nicaragua; el pueblo Ngobe de Charco la Pava en Panamá; el pueblo U’wa con la Occidental Petroleum y el pueblo Embera con la represa de Urrá, en Colombia; el pueblo Tagaeri, Taromenane, Siona, Secoya, Cofán, Quichua y Huoraní en Ecuador; los pueblos guaraníes en Paraguay y Brasil; el pueblo Mapuche en Chile; los pueblos Murunahuas, Chitonahuas, Kichwas, Aguajunes, entre muchos otros casos bien conocidos en Perú.

Me gustaría llamar a la reflexión siguiendo las enseñanzas del profesor Mahfoud Galloul[17]: La nueva economía de los medios de comunicación no se resume a la simple transposición de los mercados de los medios de comunicación tradicionales, sino que se traduce en la extensión o la proliferación de los medios de difusión de información o de cultura en los Estados, en las economías más modernas de Europa y de América del Norte. Esta extensión aumenta la presencia numérica de la información como de los contenidos provenientes del Norte hacia el sur y puede traducirse en una hegemonía cultural de la información y política que de hecho se encarna en la proliferación de los mensajes distribuidos. La economía de las redes es casi planetaria y aumenta la potencia de difusión de los contenidos, las imágenes, los comentarios y las interpretaciones de la actualidad, pero impone también los puntos de vista y los valores del emisor dominante. La cuestión es pues saber por quién, cómo y dónde estos contenidos son producidos y cómo pueden ser controlados o dirigidos en sociedades culturalmente diferentes. Es en función a las identidades vividas o percibidas por los pueblos y los Estados que la mundialización cultural se difunde bien como una ventaja o bien como un perjuicio”.

Según Galloul, “la concentración económica de las empresas de multimedia que dominan la economía mundial, es decir, una veintena de grandes empresas en el mundo, confirman que los mercados de contenidos culturales o de información se vuelven hoy en día mercados dominantes de la economía mundial, por lo menos con dos consecuencias. Estas dos consecuencias son, en primer lugar, la modificación o la producción de una verdadera geopolítica de la información y, por consiguiente, de la influencia política de los Estados dominantes o emisores principales sobre el resto del mundo, desde el punto de vista de la información. Y por otro lado, una verdadera dominación cultural, o “imperialismo cultural” en palabras de Edward Saïd[18], a causa de la evidente sumersión de la cultura de los Estados representados en estos nuevos medios de comunicación sobre los otros”.

Al respecto, Manuel Castells[19] confirma que una revolución tecnológica centrada alrededor de las tecnologías de la información está reestructurando la base material de la sociedad y que las economías a través del mundo han quedado globalmente interdependientes, introduciendo una nueva forma de relaciones entre la economía, el Estado y la sociedad en un sistema de geometría variable, caracterizadas por: el papel predominante de la política de los medios de comunicación y su interacción con la crisis de legitimidad política en la mayoría de países de todo el mundo; el papel clave de los medios de comunicación segmentados y personalizados en la producción de la cultura; el surgimiento de una nueva forma de comunicación relacionada con la cultura y la tecnología de la sociedad de red, y basada en redes horizontales de comunicación: lo que él llama auto-comunicación de masas; los usos de la comunicación de masas, en una sola dirección, de la comunicación de masas y de la auto-comunicación de masas en la relación entre poder y del contra-poder, en la política formal, en la política insurgente, y en las nuevas manifestaciones de los movimientos sociales.

Según el Castells, la comprensión de esta transformación entre la comunicación y el poder debe basarse en un contexto social caracterizado por varias tendencias importantes:

(a) El Estado, tradicionalmente la principal fuente de poder, está siendo cuestionado en todo el mundo a través de:

  • la globalización, que limita su decisión soberana;
  • las presiones del mercado hacia la desregulación que disminuyen su capacidad para intervenir; y,
  • una crisis de legitimidad política que debilita su influencia sobre sus ciudadanos.
(b) Las industrias culturales y medios de comunicación comerciales se caracterizan, al mismo tiempo por la concentración de las empresas y la segmentación del mercado, lo que lleva hacia una mayor competencia oligopolística, la entrega personalizada de los mensajes y la creación de redes verticales de la industria multimedia;

(c) En todo el mundo, la oposición entre individualismo y comunitarismo define la cultura de las sociedades al mismo tiempo que la construcción de la identidad funciona con los materiales heredados de la historia y la geografía y de los proyectos de los asuntos humanos. La cultura de raíces comunitaristas se arraiga en la religión, la nación, la territorialidad, el origen étnico, género y medio ambiente. Por el contrario, la cultura del individualismo se extiende en diferentes formas:

  • como el consumismo impulsado por el mercado;
  • como un nuevo patrón de la sociabilidad basada en el individualismo en red; y,
  • como el deseo de autonomía individual, basado en la auto-definidos los proyectos de vida.
Por su parte, Paul Kennedy sostuvo que “a medida que avanzamos hacia el próximo siglo [actual siglo XXI], las economías desarrolladas parecen tener todas las cartas de triunfo en sus manos; capital, tecnología, control de comunicaciones, alimentos sobrantes, poderosas compañías multinacionales y en todo caso aquellas ventajas están creciendo porque la tecnología erosiona el valor de la mano de obra y de los materiales, los principales activos de los países en vías de desarrollo[20].

El desarrollo desigual del comercio mundial[21] se traduce también en un desarrollo dispar de las condiciones culturales internas de los Estados más desprovistos o menos equipados para producir sus propios contenidos culturales. Es por ello, que la problemática de la diversidad cultural fue objeto, desde hace una quincena de años, de debates en el seno de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO)[22].

Por tanto, se debe de promover y defender, las culturas autóctonas en tanto patrimonio común de la humanidad como condición misma de su salvaguarda si no de su supervivencia, lo cual implica no solamente respetar la diversidad cultural sino implementar una conciencia pluralista a nivel mundial. Por ello, el rol de los Estados es central para crear las condiciones de una autonomía cultural y para la salvaguardia de ciertas normas que condicionan el bien común de una sociedad o del Estado entendido como defensor del interés general, incluidas las normas consuetudinarias vinculadas a la autonomía política y jurisdiccional de las etnias locales. Proteger la cultura como bien común es también crear las condiciones productivas y laborales para que las culturas autóctonas puedan valorizarse y darse a conocer, sobre todo mediante la promoción de una política cultural de producción y de difusión de contenidos locales históricos de cada población.


La cuestión de la autonomía de producción de la cultura para los Estados es pues central para poder formular los parámetros o los valores de su identidad histórica, pero también para promover un modelo de desarrollo que sea propio de ellos, que resulte verdaderamente del dinamismo de las poblaciones más bien que de la simple adaptación de los modelos exteriores importados por los medios de comunicación y las políticas públicas tradicionales. Es por tanto, una manera para los Estados de defender su capacidad de crear las condiciones de una autonomía económica y, por ende, de un desarrollo sostenible. Es importante, en conclusión, observar que la difusión de tecnologías no es un fenómeno simplemente nuevo, sino un fenómeno que se inscribe en una dinámica histórica del desarrollo o del subdesarrollo.



[1] GALLOUL, Mahfoud. La culture face aux défis de la mondialisation: référentiels et acteurs de la mondialisation culturelle. En: Mélanges de l’école française en Rome. Roma: Mefrim, 2002. Pp. 441-456.
[2] The Group of Lisboa. Limits of to Competition. Cambridge, Masachussetts: The MIT Press, 1995. P. 20.
[3] SETON-WATSON, Hugh. Nations and States. An Inquiry into the Origins of Nationsand the Politics of Nationalism. Methuen: Westview Press, Boulder, 1977. En: ANDERSON, Benedict. L’imaginaire national. Réflexions sur l’origine et l’essor du nationalisme. Traducido del inglés al francés por Pierre-Emmanuel Dauzat. París: Éditions La Découverte, 1996. P. 19.
[4] STAVENHAGEN, Rodolfo. The Ethnic Question. Conflicts, Development and Human Rights. Conflicts, Development and Human Rights. Tokyo: United Nations University Press, 1990. Pp. 11-15.
[5] Profesor del IEP de Lyon (Sciences Po Lyon), de los cursos de Mundialización de la Economía Internacional, Finanzas Internacionales y Políticas Comerciales.
[6] Imperialismo, fase suprema del capitalismo. 1916.
[7] The Great Illusion. 1910.
[8] Así, Cl. Paris: LeBorgne, Grasset, 1987.
[9] HUNTINGTON, Samuel P. El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Traducción de José Pedro Tosaus de la versión original: The clash of civilizations and the remaking of world order. Barcelona: Paidós, 1997. P. 53.
[10] APPADURAI, Arjun. Après le colonialisme. Les conséquences culturelles de la globalisation. Paris: Payot & Rivages, 2001. P. 67.
[11] APPADURAI, Arjun. Idem.; Pp. 68-72 y 253.
[12] APPADURAI. Idem.; Pp. 209-219.
[13] Así, WALTERS, Mark D. The Jurisprudence of Reconciliation: Aboriginal Rights in Canada. En:The Politics of Reconciliation in Multicultural Societies. Editado por Will Kymlicka y Bashir Bashir. New York: Oxford University Press, 2008. P. 167.
[14] YRIGOYEN FAJARDO, Raquel. Hitos en el reconocimiento del pluralismo jurídico y el derecho indígena en las políticas indigenistas y el constitucionalismo andino. Parte de su tesis doctoral. En: Pueblos Indígenas y derechos humanos. Mikel Berraondo (coordinador). Bilbao: Universidad de Deusto, 2006. Pp. 538-541.
[15] Ver sitio web: http://www.voltairenet.org/Siria-centro-de-la-guerra-del-gas. Visto el 10 de julio de 2012.
[16] WARNER, Jean-Pierre. La mondialisation de la culture. Tercera edición. Paris: La Découverte, 2004.
[17] Profesor del IEP de Lyon (Sciences Po Lyon), de los cursos de los Desafíos de la mundialización y la cultura, de la Protección del Patrimonio Cultural y del Derecho de la Comunicación y los medios de comunicación.
[18] Ver, SAÏD, Edward. L’Orientalisme. L’Orient creé par l’Occident. Traducido del inglés por Catherine Malamaud. París: Le Seuil, 1980. En donde afirma también que el Orientalismo ha estado dominado por un sentimiento de confrontación. P. 235.
[19] CASTELLS, Manuel. Communication, Power, and Counter-power in the Network Society. En: International Journal of Communication 1, 2007. Pp. 238-266. Disponible en web: http://ijoc.org/ojs/index.php/ijoc/article/view/46/35.
[20] KENNEDY, Paul. Préparer le XXIe siècle. Traducción de la version original: Preparing for the Twenty-first Century. París: Odile Jacob, 1994.
[21] Ver al respecto, STIGLITZ, Joseph E. y Andrew Charlton. Comercio Justo para Todos. Cómo el comercio puede promover el desarrollo. Traducción Natalia Rodríguez Martín de la versión en inglés: Fair Trade for All. How Trade Can Promote Development. Buenos Aires: Taurus, 2008. Pp. 183-278.
[22] Ver especialmente, la Declaración Universal de la Unesco sobre la diversidad cultural, del 2 de noviembre de 2001, y la Convención sobre protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales, del 20 de octubre de 2005. Resulta asimismo de singular importancia, el antecedente de la Recomendación sobre la Salvaguardia de la Cultura Tradicional y Popular de 1989, también promulgado por la UNESCO.